Tiempo y espacio interactuan, creando desde la penumbra un lenguaje inesperado. La luz, emerge como protagonista y en su recorrido adviene lo vivo. Imagenes que dan a ver "un encuentro en el desencuentro"
La imagen de la habitación blanca permite jugar con la idea del espacio por ocupar. El poderoso vacío opera como una imagen poéticamente suprematista despegada de la representación de lo real. La caja que paradójicamente comienza siendo “habitación blanca”, pasa a transformarse en un espacio abarrotado de sentidos.
Pensamos la exposición a partir de múltiples y divergentes diálogos internos para posibilitar un hábitat de contención de tránsitos y enlaces entre producciones aliadas por inferencias conceptuales o emocionales. Es decir que la línea curatorial se encuentra trazada alrededor de la presentación de las diversas zonas de sentido. El agente común que comparten los artistas es el encuentro en la búsqueda de resolución de una encrucijada, la apertura hacia preguntas, hacia lenguajes contemporáneos, el encuentro con el discurso propio y la activación de la obra.
Zona de translucencias, en ella la luz y la acción del ver más allá proyectan el sentido constitutivo de los trabajos. La instalación de L. Sánchez invita al espectador a infiltrar su presencia en la sala y sugiere desde las calles del barrio de Constitución relatos en la línea de lo tormentosamente prohibido; P. Saragüeta traslada sus intensos y eróticos dibujos en acuarela al blanco de un papel liviano mientras traza un camino oblicuo sobre el espacio en relación al plano de la pared...; la fotografía de L. Marín a partir de la composición de un paisaje onírico encerrado en una caja de cristal, también busca crear “micro-escenarios de luz y oscuridad, opacidad y transparencia”... X. Torres guiada por la línea y la mente leonardesca despliega ante la mirada del otro la intimidad de la relación entre ella y su gato como Leonardo lo hizo con la Madonna y el niño. A su vez revela su apego al “Disegno” estudiando de manera visceral la anatomía gatuna, ellos como Meteoro y Chispita forman parte de la zona amor animal.
En el territorio donde la luz no arroja señales, se abre el camino hacia la zona que atraviesa la línea del raciocinio, dando paso al mundo de lo fantasmático. J. Marcolini a partir de la imagen fotográfica llega a una expresión abstracta y genera figuraciones, que por el movimiento y la sobresaturación del color trasladan al espectador a una región inquietante. Lo mismo ocurre con la obra presentada por T. Domenech, denominada con fortuna por la artista como “video – pesadilla”. En ella bajo la actuación, en medio de un parque de dos adolescentes, el drama se desencadena alrededor de un plato de comida. L. Allochis, en código gráfico, compila en sus libros y destaca en las dos obras colgadas en sala, la proyección cultural marcada sobre todo a partir del bienestar americano de los años ´50 sobre la idea de “felicidad”, trabajando el antagonismo entre este ideal y la realidad. Bajo una lectura de género forma parte de la esfera de lo violentamente domesticado.
C. Gallina y V. Galbán indagan en un viaje los escenarios del pasado. Gallina trabaja con el mundo de la representación iconográfica de la infancia: pequeños en pupitres y collages de dibujos aparecen volcados a una pintura de corte realista; V. Galbán presenta una secuencia de la relación inquietante entre dos muñecas y nos lleva de inmediato a un registro Kitsch y sugestivo; inclusive los bastidores colgados sobre una soga potencian la historia como una trama tendida al pasado. Aturden por la sordidez: N. Siguelboim instala 6 torres de parafina en la sala, las princesas están aisladas, desencontradas con la realidad y el contexto; B. Diment con un pintoresco tratamiento de la luz, devela misterio y fascinación por la técnica como lo hicieron Caravaggio o Tintoretto. Genera escenas unipersonales donde en palabras de Diment se funden “el encuentro en el desencuentro” en medio de la aparente oscuridad gracias a la presencia de la luz como fuente de acercamiento. Ambas constituyen la zona del desasosiego.
El registro de las cosmografías internas es encarnado por R Morini, su pintura posee un núcleo que se expande hacia el blanco y condensa metafóricamente pasado y presente sobre un plano que transmuta la idea de casa como extensión del cuerpo y el alma. C. Barceló se encuentra en el lenguaje universal de la abstracción y elige la presente serie de collages porque capturan en el proceso y resultado la salida y desenlace de los sentimientos, compone la franja de la abstracción catártica; forma parte de esta región la pintura de G. Bogani, pero a diferencia de Barceló, su abstracción es de una pincelada más gestual y matérica, compuesta por movimientos internos y anclajes concretos en focos de color.
Las ramas del Ginkgo biloba, el árbol más antiguo del mundo, nacen de una cama. Todo está materializado a partir de la aparente fragilidad del papel. Con exquisita belleza, M. Tradatti proyecta la sombra de los troncos y sus hojas y enuncia deliberadamente la construcción de la resistencia.; B. Levin a partir de la pintura, indaga la potencialidad del color, acaso lo representado y la disposición del formato para hablar de “ese” vacío, el de la memoria, incita a entrar en el lugar de la pelea entre los lugares del recuerdo y el olvido; D. Briozzo elige trabajar sobre un saco colgado, montarlo junto a su percha nos conduce a la lectura del desuso y la carga simbólica que aquello representa. El empleo de plomos en reemplazo de botones se contrapone ambiguamente con el deseo de la “huida”. Tradatti, Levin y Brioso forman la tríada del círculo conceptual de la disputa.
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